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    En un mercado tan competitivo como el actual, la calidad es el factor clave del éxito. Hay muchos intentos de definir la calidad y la mayoría son generales, pero todas esas definiciones tienen en común que aluden a la capacidad de un producto/servicio para satisfacer las expectativas de la persona que lo adquiere.
    Dicho de otro modo, que sea un producto o servicio capaz de gustarle y de servirle para lo que lo quiere. El problema es que el gusto es algo muy subjetivo. Como dice la cita: "Sobre gustos y colores no han escrito los autores".
    Supongamos que vas a un restaurante con un amigo y los dos piden lomo saltado. Digamos que a ti te pareció un plato sabroso, tan es así que regresarás a ese local. Pero en cuanto salen, tu amigo te comenta que le pareció que les sirvieron muy poco y que al cocinero se le pasó la sal, por lo que no regresará más.
    Para ti, el restaurante es bueno, porque tus expectativas fueron totalmente satisfechas, pero para tu amigo es malo, porque sus expectativas fueron defraudadas. Por eso decimos que, desde el punto de vista de un cliente, la calidad es subjetiva. Más allá todavía, es justamente el consumidor o cliente el que define los parámetros de calidad que debe tener tu producto o servicio. Sin embargo, existen requisitos que aseguren un nivel de calidad mínimo indispensable (en el caso del lomo saltado, por lo menos, que la carne sea de res y que sea cocinada en condiciones higiénicas).

    A partir del ejemplo anterior, podemos señalar que la calidad solo puede ser conseguida mediante:
    • Una clara comprensión de lo que quiere el cliente.
    • Un proyecto de negocio muy bien estudiado.
    • Un proceso de fabricación escrupuloso y adecuado al producto.